domingo, 25 de octubre de 2009

CAMBIO HORARIO

CAMBIO HORARIO

Hoy amanece “antes”. Los hombres (algunos que se sientan en un despacho en Bruselas) lo decidieron así hace años. Pretenden manejar el tiempo, pulsar el interruptor que, con un clik, establece en qué preciso momento empieza el día y la noche termina. El “Gran Hombre”, ese que nos controla, nos espía y nos conduce por el camino correcto, quiere incidir hasta en el desenvolvimiento de los ciclos naturales, naturalmente sin conseguirlo. Quiere determinar el momento en que las hormiguitas tenemos que empezar nuestra actividad diaria o recluirnos en nuestro panal tan confortable; pero hay gente que aguanta despierta hasta el amanecer y otros que se levantan y empiezan su quehacer antes de la hora prevista. Los hay noctámbulos y madrugadores que podrían saludarse al encontrarse en su deambular. “ Buenas noches” dirían unos, “buenos días” dirían otros.

Los días como hoy en que las farolas del parque, por un fallo en el mecanismo que las regula, permanecen encendidas con un sol resplandeciente, ponen de relieve lo absurdo de esa pretensión.

lunes, 12 de octubre de 2009

EL ESPECTÁCULO

EL ESPECTÁCULO

Un ruido estridente de sirenas de vehículos, me hizo levantar la vista del libro que estaba consultando. Pensé que podría ser una ambulancia trasladando a los heridos de algún accidente al cercano hospital. Me asome a la ventana y vi una caravana encabezada por dos coches de policía, seguidos de un gran autobús y otros dos vehículos policiales que la cerraban. Giraron bruscamente hacia la calle donde están los juzgados de la ciudad que justamente enfrentan la ventana de mi despacho. Del primer coche bajaron dos policías que en un plis plas despejaron la vía apremiando a los conductores que se habían atrevido a aparcar en segunda fila. El autobús paró frente a la entrada del garaje del edificio y, en un momento, unos doce policías bajaron de los vehículos, acordonaron la zona y dispusieron con vallas metálicas una senda entre la puerta del autobús y la del garaje. Toda la operación se desarrollo con gran rapidez, como en las películas de acción, o cuando en los telediarios se ve llegar a los mandatarios del mundo a una reunión oficial. Imaginé en un principio que tal dispositivo de seguridad tendría por objeto la custodia de alguna banda de narcos o de algún asesino en serie, pero deseché la idea al reparar en que todos los policías iban provistos de mascarillas y guantes. La gente se arremolinaba en los alrededores intentando ver lo que estaba ocurriendo. Dos magrebíes, harapientos, cansados, con la cabeza baja y esposados ente si, descendieron del autobús y, siguiendo las instrucciones de los policías, desparecieron por la puerta del garaje del edificio. Y otros dos, y otros dos, y así hasta cincuenta y tres pude contar. Mientras la gente cuchicheaba, allí estaban ellos, avergonzados, tirando como un par de bueyes del carro de su pobreza y también de su esperanza. Porqué no levantáis la cabeza y miráis a los ojos a los policías que os tratan como delincuentes y a los ciudadanos “de bien” que parecíamos disfrutar con el espectáculo. Ninguno seríamos capaces de manteneros la mirada.

Un tremendo malestar se apoderó de mí. Corrí dando arcadas hasta el pequeño servicio del despacho, casi metí la cabeza en el váter intentando echar fuera de mi cuerpo toda la mierda que se estaba revolviendo en mi interior, pero no eché nada.