jueves, 31 de julio de 2008

LA PARTIDA

Mia : Porque tus deseos son ordenes para mi, te dejo este texto, corto, sobre la vida, el amor y lo que tu quieras interpret


LA PARTIDA


Me fui hace ya muchos años.

No dejé mi casa, ni mi cama, ni mi trabajo, ni a los míos, pero me fui.

Hoy, con las maletas hechas, y mientras lloras sin saber lo que pasa,

quiero hacerte, antes de marchar, la pregunta que te debí hacer entonces:

¿Te vienes conmigo?

martes, 8 de julio de 2008

EL CUMPLE

Dedicado al precioso sobrino de Mia y a su tia.


EL CUMPLE





Se oía el runrún de las conversaciones de catorce o quince personas que se despedían en la verja de la finca donde habíamos celebrado en familia el cumpleaños de Javier. Creía que Mercedes y yo nos habíamos despedido ya de todos y empezábamos a caminar hacia el coche, cuando se acercó nuestra sobrina, Marta que había dejado los niños en el coche y cariñosamente le dio un beso a mi mujer.
--Gracias tita por tu regalo. Es precioso.
Mi mujer le había regalado a Javier un precioso trajecito azul que su madre se empeñó en probarle allí mismo a pesar de los lloros del niño que se vio apartado de los juegos con su hermana y sus primos.
--Tito, cuídate y no dejes de tomarte la tensión cada día. No te lo tomes a broma.
-- Claro Marta. No me queda más remedio que hacerle caso a mi doctora favorita.
Naturalmente no pensaba hacerle ni puñetero caso. La tensión como el colesterol, cuanto más los controlas, más se te disparan. En todo caso, en cuestiones de salud, yo prefiero esconder la cabeza debajo del ala como el avestruz. Lo que tenga que ser será.
--Marta, mañana te enviaré un correo. Por favor, ábrelo.
El día, ya en el ocaso, había sido esplendoroso. Seguro que se había contagiado de la felicidad de nuestra familia. El coche se deslizaba lentamente entre los campos sembrados de trigo y los limoneros que se mostraban verdes y limpios tras las últimas lluvias.
--Marta está radiante y feliz. Se ve que la maternidad la ha hecho más mujer.
-- Así es. Pero ya era una gran mujer antes de casarse y ser madre.
Avanzábamos ya por la autovía y el coche se deslizaba velozmente sin ruido apenas y sin los traqueteos y movimientos del camino de tierra que acabábamos de abandonar.
Mercedes dormía tranquilamente en su asiento arrullada por la nana que el coche suele cantar cuando se circula sin sobresaltos y, en el segundo que la miré para no distraerme de la conducción, pude contemplar una expresión beatífica en su rostro y un rictus de sonrisa en su boca que me recordó a la de Juan XXXIII.
Me vinieron a la mente las imágenes del día que habíamos pasado. Concretamente el último beso que me había dado Javier al despedirse y su carita de ángel feliz, pero, como superpuesta y más borrosa, se me hizo presente la de los niños de Darfur que había visto en el telediario, hambrientos, chupando de la teta escuálida de su madre, trabajando ya para obtener su escaso sustento, y rodeados de moscas que revoloteaban como buitres sobre el cadáver que todavía estaba en ser.
Sin poderlo evitar, una lágrima me estaba resbalando por la mejilla, surcando el río de mi vieja cicatriz desde el pómulo hasta el mentón. No sabía si lloraba de alegría o de tristeza.







Al llegar a casa me planté ante el ordenador. No podía esperar ni un minuto. No quería que la avalancha de sentimientos que Javier había provocado en mí, se diluyera en el mar de los recuerdos, reducidos a lo esencial por el hecho de serlos, y que sólo perviven en nosotros como un fogonazo. Quería desgranarlos, pintar el cuadro que componían en mi corazón como un pintor realista, deteniéndome en cada emoción, en cada sonrisa, en cada contacto. No quería que se me escapara el más mínimo detalle de lo que había sentido y para eso tenía que volcarlo al papel.
Trabajé con verdadero frenesí sin darme cuenta siquiera de que me estaba perdiendo el España- Suecia que tanto deseaba ver. A las diez Mercedes me preguntó por lo que quería cenar. “Nada” contesté. Eran ya las dos de la mañana, cuando Mercedes abrió la puerta de mi despacho para decirme que se iba a la cama. “Que descanses, cariño.” Me miró incrédula ante el hecho casi inaudito de que yo permaneciera despierto a esas horas de la madrugada (rara es la noche que veo las once). Yo seguía derramando a borbotones sobre la pantalla del ordenador todo lo que llevaba dentro. A las tres y media de la mañana, con los ojos casi cegados por el humo y las fluorescencias de la pantalla de la que no había despegado la vista, di por concluido mi trabajo. (¿trabajo?)
Busqué a mi hijo pequeño, un garañón de 23 años y 90 quilos de peso, el experto de la casa para todo lo relacionado con la red y los ordenadores y lo encontré estudiando Derecho Civil ¿tendría alguna calentura?
-- Jesús ¿me puedes hacer un favor?
-- Me gustaría que me bajases de donde sea una orla para el cuento que estoy escribiendo y me hicieras aparecer las letras del relato de todos los colores que puedas.
En poco tiempo hizo lo que pedí, y cada página apareció enmarcada por cabezas de angelitos de Murillo, de pelos rubios y rizados y piel sonrosada. El envoltorio, el cuerpo del cuento había quedado precioso. Pero, ¿y el alma del cuento estaría a la altura? Lo leí por última vez y llegue a la conclusión de que, si no lo estaba, se debía a que mi alma no daba más de sí, porque toda mi alma estaba entre aquellas letras de colores.
Después de equivocarme varias veces en la sencilla operación de adjuntar archivo (como puedo ser tan torpe), pulsé enviar y las páginas en las que había volcado mis emociones desaparecieron de un plumazo. Durante una décima de segundo temí que se hubieran perdido en no sé dónde. Cuando un texto se me borra por apretar una tecla equivocada, pienso que, sin querer pero por culpa de mi ineptitud, he dado muerte a mi criatura enviándola para siempre al limbo que ya no existe. Pero no, mi duende particular me avisaba que el mensaje había sido enviado correctamente. Me acosté procurando no despertar a Mercedes pero no me pude dormir inmediatamente a pesar del cansancio.







Marta iniciaba un nuevo día de trabajo. Se duchó, desayunó y, como todos los días antes de marchar, echó un vistazo al ordenador para ver su correo. Entre los correos de los laboratorios ( espidifén 600, viagra, dinosprin contra la incontinencia urinaria etc.), encontró el de su tío ( lomas2000@ Hotmail.com), lo abrió y comenzó a leer.








--- Javier, ven, te llama el tito.
--- ¡ Hola tito Tente! Vas a…..festa .. mi cumple?
--- Sí, cariño, el sábado jugaremos mucho. Un besazo.
--- ¡ Muah!.
A través del teléfono me llegó una parte del beso que Javier me había mandado. Me había llegado el sonido pero me faltaba el contacto de sus labios gordezuelos sobre mi cara. En todo caso lo recibí como un adelanto de lo felices que íbamos a ser los dos el día de la fiesta de su cumpleaños.
Con la inoportunidad que me caracteriza, me pasé el desvío que conduce a la finca y, en la siguiente salida de la autovía, decidí llegar por una red de carreteras secundarias que sabía que también me conduciría a mi destino. Lo que no sabía era cuanto tiempo me llevaría llegar, porque aquellas carreteras por las que había transitado alguna vez me parecían otras. Donde existían cruces peligrosos ahora me encontraba con rotondas interminables, los pequeños poblados que atravesaba se alargaban en nuevas edificaciones que me confundían, y hasta en medio de los cultivos surgían ciudades fantasmas en torno a un campo de golf. (Dios, que estamos haciendo con nuestro campo). Por fin, tras casi una hora de dar vueltas por un laberinto interminable, divisé los cipreses gigantes que delimitaban el contorno de la finca.
Casi toda la familia estaba allí. Al oír el ruido de la puerta del coche, Javier, que jugaba con los niños, salió como un cohete a nuestro encuentro. Le di las dos botellas de vino que me ocupaban las manos a Mercedes y me adelanté para levantarlo en volandas, lanzarlo hacia el cielo con una fuerza inapropiada para mi edad, y darle vueltas como en un tío vivo, cuyo poste de sujeción era yo mismo. Javier reía y reía y, cuando ya empezaba a marearme, lo dejé en el suelo y me estampó un besazo en mi cara curtida, vieja de manchas y cicatrices.
--- Tito Tente, ven.
Tomó mi mano rasposa de viejo tenista con su manita de algodón rosado, y me llevo hacia el porche donde estaba todo el mundo. Vestía un mono pantalón de color rojo, su padre le había puesto su propia gorra granate que se le caía hacia un lado, dejando apenas ver sus rizos rubios, y calzaba unas deportivas de esas que emiten destellos de luz al andar. Llevaba colgada una cantimplora de colorines y un palo de golf de plástico verde en la mano. Su indumentaria recordaba a la de esos muñecos que salen en la tele. Pero aquella amalgama de colores sintéticos no era nada ante el color de su mirada azul, la sonrisa roja de su boca, el oro de sus rizos y el leve rosado de su piel.
Me enseñó todos los regalos volviendo a abrir los paquetes ya abiertos y tomó una bolsa grande del Corte Ingles, para que viera lo que él suponía que había dentro. Ante mi cara de extrañeza, prácticamente metió la cabeza dentro de la bolsa y la sacó mirándome con el ceño fruncido y extendiendo la manita hacia fuera en un gesto de “qué le vamos a hacer”. Yo metí la cabeza dentro de la bolsa imitando su acción y con disimulo, puse en su interior un pito de colores que llevaba en el bolsillo. Volvió a mirar dentro de la bolsa, me sonrió y salió pitando en busca de sus primos.
Saludé a los familiares a los que hacía algún tiempo que no veía. Nos sentamos al rededor de la gran mesa del porche, de hierro forjado y con tablero de azulejos andaluces con grecas verdes, azules y amarillas. Aquella mesa había sido testigo de las celebraciones y de los momentos de abatimiento de la familia. ¡Si pudiera hablar!
A lo lejos escuchábamos los ladridos de Willy molesto por no estar compartiendo nuestra fiesta. ¿Quién ha dicho que los perros no tienen sentimientos? Y más un perro como él capaz de pelar una mandarina, abrir el pestíllo de la cerca, saber que puede entrar en la casa cuando está sólo con su amo y no pisarla cuando está su esposa, recordar sus tiempos de cachorro cuando, viejo ya, su dueño le lanza una pelota en un afán repetitivo de hacerlo feliz devolviéndosela. Definitivamente algunos perros también “quieren”.
El abuelo Ramón preparaba ya su famosa paella al lado del porche en una pequeña senda de baldosa que se adentraba en la tierra hasta el cenador. Estaba, sin duda, más atento a la conversación que al arroz. Y mientras la paella empezaba a desprender su olor característico, las botellas de buen vino caían una tras otra, encontrando el reposo final en su particular tumba de plástico.
Javier se había acercado a la mesa y yo seguía sus pasos con el rabillo del ojo. Intuía que alguna trastada estaba tramando.
¡ Puummm! Un fuerte golpe con el palo de golf descargó en mi espalda con toda la fuerza de que aquél enano era capaz. Di un brinco en la silla y, como un payaso, tras el salto me plante en el suelo con la cintura agachada, rascándome la espalda y soltando alaridos como un poseso, al tiempo que le ofrecía mis posaderas para un nuevo golpe. Javier reía a carcajadas y me asestó otro golpe en el culo. Di un salto al estilo canguro, y caí en la misma posición, repitiendo la jugada hasta que ya me faltaba el aire.
Su padre, con acierto, sustituyó el arma del chaval por un mazo de plástico que sonaba al golpear y picaba bastante menos.
--- Javier, al abuelo, ahora al abuelo.
Ni corto ni perezoso, Javier la emprendió con el abuelo Román, después con el abuelo Pedro, su padre…. En fin, los mayores acabamos participando en aquella escena de circo y los demás niños se disputaban el mazo para intentar darnos con el.
Parecía que había vuelto la calma. Los niños jugaban ahora bajo la dirección de Irene a las comiditas. La imaginación de los pequeños convertía la tierra embarrada con agua y colocada en los platitos de juguete, en sopa de pollo, filete de ternera, tarta de chocolate…. Javier se encargaba de servirlos a los mayores.
--Que bueno Javier.
Y Javier sonreía y volvía a por otro más.
A mi me trajo en una base de plástico que simulaba una rebanada de pan bimbo, un suculento filete de ternera.
---Umm…. Que rico Javier.
Me sonrió con sus “ojos de ternera” feliz (perdón, se me ha venido Homero a la cabeza) sabiendo que todos estábamos participando en el juego. Pero, en un momento de descuido, mientras él tendía la mano para que se lo devolviera hice desaparecer el filete, primero en mi bolsillo y después, en las manos de su padre que estaba a mi lado.
¡Javier, que bueno estaba, me lo he comido todo!
Sus ojos incrédulos se le salían de las orbitas. Lo que hasta entonces había sido un juego, ahora era realidad. El tito Tente se había comido el filete. Fue a contar con su media lengua a su hermana lo que había pasado. Rápidamente Irene se me acercó.
--- Tito, Tito, no te lo has comido, ¿Verdad?
--- Javier, ¿Me lo he comido?
Javier movía su cabecita arriba y abajo.
---Tito, eres tonto, es de plástico.
--- Me duele la barriga. Voy a hacerme caca en los pantalones.
Ahora la que se lo estaba creyendo era Irene. Salí corriendo hacia el campo bajándome los pantalones, y me agaché detrás de una higuera, simulando unos apretones que todo el mundo, niños y mayores, podían oír.
Tras la sorpresa, el intento de aproximarse hacia donde yo estaba de Irene y los demás fue abortado por la abuela Juana y al poco volví con el sándwich de plástico limpio como una patena.
---Irene, ya se me ha pasado. Toma.
Irene no quería coger con sus manos lo que suponía que había estado dentro de mí y salido por semejante sitio.
---Irene, Javier, es una broma.
--- ¡Aaa!
Volvieron a jugar y los mayores comentaron entre risas mi puesta en escena.
Degustamos la paella, los postres de dulce, y, como siempre se dejó en la paellera todo lo que había sobrado para Willy.
----Vamos a darle de comer a Willy.
Los niños me seguían en procesión hasta la casa de Willy que al ver que nos acercábamos redobló sus ladridos. Eché en el suelo todos los restos de comida y desde fuera de la verja que delimitaba su espacio, contemplábamos absortos el festín de Willy. ¿Cómo podía ser tan divertido ver comer a un perro? No, no era un perro el que estaba comiendo, era nuestro Willy.
Al terminar puso sus patazas entre los hierros. Cogí la mano de Javier con la mía y le acariciamos su cabezota. Javier tenía una expresión entre el miedo, la excitación del momento y la confianza de que con su tito no le pasaría nada. En un descuido Willy le dio a Javier un lametón en la cara que le hizo cambiar la expresión. Empezaba a crecerle el labio inferior hacia arriba en un preludio de los pucheros que fatalmente seguirían, pero, no, logré calmarlo y volvimos a acariciar la cabezota de Willy.
---Niños. Lo que ha pasado no se lo podemos contar a los mayores que nos regañarán.
Irene y los demás asentían al pacto de silencio que guardaría nuestro secreto.
Los mayores tomábamos café y los pequeños jugaban en la mesa de al lado cuando Marta llamó la atención de todos sin apenas hacer ruido. Hacia gestos a los peques para que se acercaran.
¡Ratatouille, ha venido Ratatouille!
¿Quién coño era Ratatui o como se dijera? Giré la cabeza y descubrí una ratita (¿ ratita?) que había decido unirse a la comida familiar comiendo del suelo, justo debajo del trípode en el que el abuelo había hecho la paella, los granos de arroz que habían caído al moverla.
Los niños detrás de Marta miraban la escena sin poder creer lo que veían.
---Ratatui, Ratatui. Se lo decían los unos a los otros bajito, al oído, con sus manitas en la boca, buscando unos en otros la confirmación de lo que estaban viendo. Permanecían quietos, boquiabiertos, contemplando a nuestra Ratatui. Creo que dudaban entre si estaban viendo una peli de dibujos animados o si, definitivamente, es que los dibujos animados eran de verdad. Ratatui se fue pero el Tito Pepe logró inmortalizar la visita de la protagonista de la Disney con la cámara del móvil. Hasta los personajes de los “dibus” habían querido estar presentes en el cumple de Javier.
----¡ Queremos tarta, queremos tarta..!

Una manifestación ruidosa y festivalera exigía sus derechos a la porción de tarta más grande posible, y reclamaba el comienzo del acto más importante de la jornada. Las Jefas (quiero decir las abuelas) acogieron con prontitud la petición y se perdieron en la cocina volviendo al instante con una gran tarta coronada por tres velitas encendidas. Javier ya se había sentado en el centro de la mesa, sabiendo que ése era su momento, que el centro de toda aquella función era él. Todos entonamos el “cumpleaños feliz” con cara de gilipollas pero, ojo, de gilipollas felices y contentos.
Javier, rodeado, mas bien achuchado entre sus primos, por fin pudo apagar de una sola vez las velas. Pero todos querían apagar las velas, así es que hasta tres veces las tuvo que encender su madre para que también soplaran Irene, Diego y Clarita. Javier, magnánimo, dejaba a los demás su minuto de protagonismo, sin enfadarse, como queriendo compartir con los demás niños su felicidad. Su padre le apretó la cara sobre la tarta componiendo la faz de un payaso, con la nariz manchada de chocolate, las mejillas de merengue y la frente de crema pastelera rosa. Naturalmente tuvo que repetir la operación con los demás. Todos, chicos y mayores, reíamos a carcajadas, unidos en la risa por el brote simultáneo de las endorfinas de la felicidad.
Empezaba ya a caer la tarde y los abuelos paternos se despidieron. Corría un vientillo helado que nos obligó a aposentarnos frente al fuego. Javier, ronroneaba a mí alrededor, pretendiendo algo que no intuía lo que era.
--- Tito Tente. ¿…. al fego?
Por fin lo había entendido. Quería echar cosas al fuego como ya habíamos hecho otras veces. Salí y recogí de entre la leña ramitas de distintos tamaños. Lanzó con cuidado la primera que inmediatamente prendió. Javier sobre mis rodillas miraba absorto el palito que poco a poco se iba consumiendo.
De repente: ¡Pa! Era el sonido, como el estallido de un globo, que a veces produce el crepitar de la leña en el fuego. Javier asustado echó hacia atrás su cabecita que encontró el apoyo de mi pecho.
---Tito Tente, el fego ha tirado un pedete…
Sonreí y lo estreché contra mí mientras él me devolvía la sonrisa. Tiró muchos palitos al fuego e inmediatamente, después de hacerlo, volvía a mi regazo.
---El fuego se come los palitos como te comes el yogourt. ¿Me entiendes?
--- Zi, Tito.
La abuela Juana, le dio una bandeja azul de plástico y él la lanzó también al fuego. La bandeja iba desapareciendo ante los atónitos ojos de Javier derritiéndose y envolviendo en su gelatina viscosa y azul el tronco más grande.
--- Javier el fuego no quiere comerse la bandeja, quiere disfrazarse de payaso azul para que tú lo veas.
--- Zi .
Marta se puso en pie y se despidió.
Salí con Javier e Irene de la mano. Sus padres iban delante cargados de paquetes.
Javier tiro de mí hacia un rosal bermellón.
---Abelo, mira ua for pequeñita.
--- Tito, te ha llamado “Abuelo”
A Irene, pizpireta y despierta, es que no se le escapaba una. Efectivamente en el rosal al lado de una rosa mustia y marchita, estaba floreciendo un capullo apenas visible.
Lo alcé en mis brazos y no me pude contener.
---Cuanto te quiero, Javier.
---Do tambén te quero, Tito.
Mientras lo llevaba en brazos hacia el coche jugaba con mi pelo escaso y largo, me lo revolvía y lo estiraba hasta los ojos.
--- Tito feo.
Lo recolocaba en su sitio y entonces yo volvía a ser “ Tito apo”. Yo ponía la cara correspondiente a mi cambiante situación y el reía y reía y reía…..
--- Dame un beso que ya te vas.
Me cogió la cabeza mientras yo le ofrecía mi cara.
---No, en la fente. Y ahora aquí. Oprimió sus labios sobre los míos, sin hacer ascos a mis mostachos blanquecinos.
Estaba orgulloso de haber pasado al escogido círculo de los que Javier besaba en los labios (sus padres, Irene, su madrina, la abuela). No era su abuelo pero él me lo había dicho con su propia boca. Para mí era suficiente.
El coche se alejaba lentamente y él me decía adiós, moviendo su manita de un lado a otro.
--- Adiós, mi príncipe.
--- Adiós, Tito Tente……






Marta se dio cuenta de que llegaba tarde al trabajo. Ni siquiera apagó el ordenador que mostraba en la pantalla la última página del relato de colores. Después la pantalla simplemente se oscureció. Abandonó casi corriendo la casa dando un portazo hijo de la prisa y de los nervios.






---Tito, te llamo desde el móvil. Me paso por tu casa para tomarte la tensión.
--- Te he dicho que sí, y no hay más que hablar.
No había trascurrido ni una la hora desde que hablamos por teléfono y ya la tenía frente a mí con el temido aparato.
--- La tienes disparada. Te voy a recetar unas pastillas y tú te las vas a tomar y punto.
--- No te preocupes, lo haré.
La acompañé a la puerta y, al despedirse, me dio un abrazo cálido y fuerte al mismo tiempo.
--- Todavía estoy emocionada. Qué suerte tiene mi hijo de tener un tito como tú.
--- Sólo te pido que se lo guardes hasta que pueda comprenderlo. Será un regalo de cumple con efectos retardados.
--- No te preocupes. Lo guardaré.
Cerré la puerta y pensé: Que suerte tiene Javier de tener una madre como ella.






Marta cerro la puerta de su casa y esta vez el portazo se oyó leve y sordo, como si a quién tiraba de la puerta no le quedaran ya fuerzas. Había sido un mal día y estaba destrozada. Irene se encerró en el cuarto de baño nada más llegar y Marta llamó a Javier.
---Javier, quiero darte una cosa que tengo para ti.
Del cajón más escondido del mueble del salón, sacó una caja envuelta en papel de regalo con un lazo azul y se la dio. Javier se fue a su habitación con el paquete, picado por la curiosidad. Al abrirlo encontró unos folios muy raros con letras y palabras de todos los colores y orlados con angelotes de iglesia.
--Javier, ven, te llama el tito………………………..Adiós, tito Tente.
El mozalbete lloraba como un niño pequeño. Sostenía su cabeza entre las manos y se mesaba sin parar los rizos de sus cabellos rubios. Los folios encuadernados que tenía sobre sus rodillas absorbían el reguero de lágrimas que le caían desde la barbilla emborronando las páginas abiertas en un arco iris de colores difuminados que gritaba al infinito.