lunes, 28 de septiembre de 2009

OBSESIÓN (LA LÍNEA ROJA)

OBSESIÓN
(LA LÍNEA ROJA)

--- Cariño, ¿Te traigo tu gin-tonic?
--- Claro, es la hora. ¿Me acompañas?
--- No seas tonto. Sé que estos momentos son sólo tuyos. Además tengo cosas que hacer.
¡Es increíble cómo me conoce Alicia! Tantos años juntos y siempre en su sitio. Adivina mis pensamientos y mis deseos; sabe estar cerca cuando la necesito y desaparecer con cualquier excusa cuando me apetece estar solo. He dedicado toda mi vida a estudiar, pensar y reflexionar (al fin y al cabo me pagan por eso), pero estos momentos del atardecer del verano debieran ser para disfrutar de la música, del paisaje, de la tranquilidad… Y sin embargo no lo consigo. Las ideas que me obsesionan se me cuelan entre las notas y las nubes, parece que llegan a mi interior diluidas en los sorbos de licor y pinchan el globo de la tranquilidad de espíritu que aspiro a alcanzar dejando la mente casi en blanco.
Ya estás aquí otra vez, con nuevos matices, como telón de fondo de nuevas elucubraciones, de nuevas teorías que quizá no sean tan nuevas.
Como hecho natural y universal todo, casi todo, ( no debiera ser tan rotundo en mis afirmaciones) está dicho y filosofado sobre la muerte. Lo que me interesa últimamente es la muerte como resultado de la acción humana pero desde el punto de vista subjetivo del que la realiza. Y acotando más, no tanto me obsesiona la acción de proyectar u ordenar la muerte de un semejante ( en otros tiempos yo mismo lo he hecho), sino la acción directa de matar. Debiera fijar mi atención en soldados, asesinos, médicos, verdugos. ¿Qué sentirán cuando matan a un congénere? He tenido ocasión de cruzar mi mirada con la de algunos asesinos y hay algo especial en ella: en sus ojos se puede vislumbrar arrojo, maldad, miedo, arrepentimiento ,seguridad; pero , si tuviera que encontrar un común denominador en todos ellos, quizá sería la convicción o el sentimiento de haber traspasado una barrera.
Hay dos clases de hombres: los que han matado con sus propias manos a otro y los que no lo han hecho. Los que han cruzado por si mismos la línea roja que separa la vida de la muerte ,sin duda, constituyen una categoría especial.
--- Cariño, empieza a vestirte que estoy terminando de arreglarme. Cenamos con los Martínez. ¿Es que se te ha olvidado?
--- Voy; en diez minutos estoy listo.
La cena con un matrimonio amigo de toda la vida había sido muy agradable. Una ligera llovizna que comenzó a caer a media noche había limpiado las carreteras de polvo y de tráfico.
Apenas se habían cruzado con una decena de coches desde que dejaron el restaurante.
Fue solo un segundo. Las luces del coche que detectó por el retrovisor se le echaron encima hasta el punto de que le pareció inevitable que le envistiera por detrás. Sin embargo, en el último instante, el coche agresor cambió de carril, lo sobrepasó casi rozándolo y le recortó el espacio hasta sacarlo de la carretera. Sólo le dio tiempo a frenar y echarse a su derecha, quedando el coche inclinado con dos de las ruedas sobre el arcén y las otras dos pisando la gravilla de la cuneta.
Alicia que se había quedado dormida, despertó en un grito ante la brusquedad de la maniobra.
--- Ha sido solo un susto, cariño. Sigue durmiendo.
--- Conduce con cuidado.
--- Sabes que siempre lo hago.
¡Que cabrón! Ha puesto en peligro nuestras vidas en un momento. Iría borracho o drogado o quizá sólo quería divertirse.
No habría recorrido ni un kilómetro, Alicia dormía de nuevo y el semáforo en rojo, en medio de la nada, advertía de que estaban entrando en la ciudad. Allí parado vio el Golf. A medida que se iba acercando lentamente por detrás, podía oír la música discotequera que traspasaba los cristales del automóvil y su cerebro. Bajó del coche con cuidado y sin hacer ruido. Mientras caminaba sacó algo del bolsillo interior de la chaqueta. Se plantó frente a la puerta del conductor y tocó suavemente en la ventanilla.
--- ¡Que pasa, viejo!
El cristal de la ventanilla estaba todavía descendiendo cuando alzo la mano desde la rodilla y un sonido apagado, como el de los pequeños petardos que no explotan bien, apenas se oyó en medio de la noche.
Volvió al coche e inició suavemente la marcha cuando el semáforo se puso en vede, bordeando el obstáculo que tenía delante. Alicia seguía durmiendo.
--- Cariño, me voy a la cama. No tengo ganas ni de desmaquillarme.
--- Buenas noches. Que descanses.
Mientras se lavaba los dientes el espejo le devolvió una mirada que no era la suya.
--- Ya he saltado al otro lado. He traspasado la línea roja. Estoy, como diría, conmocionado.
No pudo dormir en toda la noche.

--- Buenos días, Margarita.
--- ¡Qué moreno viene usted, Sr. Juez!