domingo, 21 de septiembre de 2008

LA LECTURA (UNA NUEVA PERSPECTIVA)

LA LECTURA (UNA NUEVA PERSPECTIVA)



Quiero compartir con quien me lea una nueva experiencia literaria que he vivido este verano y que, estoy seguro, me hará más rico o, mejor, menos pobre. Esta nueva dimensión que he descubierto en la lectura enriquecerá no solo mi “fondo de armario” literario, sino que incrementará mi cuenta corriente (vamos que me hará más rico en el sentido más prosaico de la palabra).
Os preguntareis qué relación puede haber entre la literatura y las cuentas bancarias.
Es cierto que he presentado al premio Planeta una novela que he tardado diez años en escribir, buenísima, o al menos eso creo yo, pero este verano todavía no se había fallado el premio y, además, los cuenteros de esta página no solemos ganar ese tipo de premios , ni otros ( para qué nos vamos a engañar). Por otra parte el título ya os habrá hecho notar que se trata de leer, no de escribir. Así que los tiros no van por ahí.
Escribir y publicar puede darte dinero pero leer no, al menos de una manera directa. Es cierto que difícilmente escribirá bien quien no lea, pero si leer produjera rendimientos económicos, habríamos inventado una nueva profesión que podría contribuir a paliar el paro galopante que nos acecha. En el aspecto puramente económico de la cuestión, la cosa va más por la disminución de gastos que por el aumento de ingresos.
He leído cinco libros en mis vacaciones de los que os voy a hacer el único comentario que puedo haceros: Uno era de Ruiz Zafón, pero no me acuerdo del título, ni de la trama; sólo recuerdo que me gustó más el otro que leí de este autor. El segundo ( no lo toméis en el orden temporal de la lectura que tampoco recuerdo), era de un tal Follet apellido que me recuerda a “follado, y que me trae en este momento a la poca memoria que me queda que su lectura me estuvo jodiendo todo el tiempo porque estaba seguro de que lo había leído ya. El tercero solo sé que trataba de niños en pijama pero no recuerdo su autor ni que hacían los niños de esa guisa deambulando por la obra, aunque puedo afirmar que me gustó. El cuarto era de una autora mejicana que no sé si estaba en un poblado o que era de Puebla y que contaba la historia de muchas mujeres de ojos verdes, o, ¿eran grandes?. Y por fin, el quinto, de un autor de nombre extranjero impronunciable, (no recuerdo el nombre pero sí que era impronunciable), rancio y antiguo, que no logré terminar a pesar de las pocas páginas que tenía (recuerdo perfectamente lo magro y escuálido del volumen)
En fin, yo que en mi juventud logré con éxito mantener en la cabeza artículos y artículos de textos legales e incluso recitarlos como si los estuviera leyendo, me veo en la situación que os acabo de apuntar.
“La memoria se va perdiendo con la edad” me dicen mis allegados en su afán de restarle importancia a lo que me pasa; y yo me digo: ¿Pero, coño, se pierde tanto?
“Papa, no te preocupes. ¿Cómo quieres conservar la memoria como a los veinticinco años? Eso es lo que me dice mi hijo que tiene esa edad y está en la misma tesitura en la que yo me encontré en un pasado ya lejano. Pues si me preocupo, joder.
Es cierto que en el ejercicio profesional capeo bastante bien el temporal con la experiencia y otra forma de recordar las cosas; así, cuando tengo que resolver un problema legal, no tengo la norma aplicable en la punta de los dedos (o de la boca, o de la mente), pero se me encienden unas lucecitas de colores que en medio de una noche cerrada me van alumbrando el camino que me conduce a encontrar la solución. Al fin, cuando encuentro el precepto o los preceptos que iluminan todo el caso, constato que esos preceptos “resuelven” tal y como yo la había hecho. ¡Joder, de pronto, subjetivamente, me encuentro supliendo al legislador, como si la ley la hiciera yo en cada momento y en cada caso! Es gratificante cuando por fin encuentro esa feliz coincidencia; incluso se convierte en un juego hasta divertido, pero bastante arriesgado porque con los cuartos de los demás no se juega, o no se debiera jugar (¡Ay, ay, gestores de los grandes bancos americanos si hubierais tenido en cuenta un principio tan elemental!)
Me digo, eso es lo de la “memoria selectiva”. El cerebro que es tan listo, cuando ve que ya no cabe más en el frigorífico de su casa, tira al contenedor lo menos importante o valioso y coloca ordenadamente los nuevos filetes de ternera o las frutas más gustosas.
Pero eso querría decir que el muy cabrón no considera importante la literatura y sí lo es, al menos para mí. Claro que pensándolo bien no es lo mismo que se te olvide el título de una novela que un razonamiento que puede salvar la economía de una familia.
En estos pensamientos estoy, cuando me viene a la cabeza que tengo que encontrar algún aspecto positivo a esta situación. El último libro que leí inconscientemente por segunda vez (era de Paul Auster, o algo así), al comentarlo con mi mujer que es una lectora empedernida y decirle lo que me había gustado, me contestó: “ pues la primera vez que lo leíste me dijiste que el final era incomprensible”. “Cariño, pero si el final es una maravilla. Cómo te pude decir eso.” “Pues me lo dijiste”
Por lo que se ve en mi segunda lectura, que no relectura, llegué a lo más profundo de la obra, descubrí sus entresijos, y el final se me presentó resplandeciente y claro.
Si esto sigue así, podré leer una y mil veces los mismos libros como si no los hubiera leído nunca.
Voy a decirle a mi familia que no me regale más libros. Con los que tengo, tengo bastantes. Y aquí está el aspecto económico de la cuestión. Mi presupuesto para libros de cada año podré dedicarlo a otras cosas.