lunes, 20 de diciembre de 2010

EL PUENTE
-Familia, nos vamos de puente. Niñas, ¿qué os parece que pasemos unos días en Terra Mítica?
- Bien, bieeeeeen.
Las dos niñas, de ocho y cinco años de edad, se colgaron del cuello de su padre estampándole en las mejillas una sonora ráfaga de besos.
-Y tú, Carmen, ¿qué dices?
-Pues que me parece estupendo. ¡Cinco días enteritos sin cocinar!
Coco, ante el revuelo que se había montado con la noticia, empezó a ladrar como si quisiera unirse a la alegría familiar.
El coche se desplazaba a gran velocidad sobre la moderna autopista recién inaugurada. El mar refulgía en la lejanía despidiendo como un espejo los destellos del sol que parecían querer penetrarlo sin conseguirlo. Las niñas se entretenían con la videoconsola ajenas a aquel espectáculo de la naturaleza del que sus padres disfrutaban sin cruzar apenas una palabra. Coco sacaba el hocico por la rendija de la ventanilla que siempre que viajaban le dejaban abierta.
-Niñas, vamos a atravesar uno de los túneles más largos que podáis imaginar.
Cuando el coche embocó la entrada del túnel, Juan disminuyó la velocidad obediente a las señales de tráfico y las niñas dejaron de jugar sorprendidas al penetrar en las entrañas de la gran montaña que poco antes habían divisado a lo lejos.
-Papá, tengo miedo.
-No hija, no pasa nada.
-Papá, tengo miedo.
La pequeña insistía ante una experiencia que asociaba a algunos malos sueños que la hacían despertar llorando, hasta que mamá la acunaba en sus brazos y la tranquilizaba.
-Venga, vamos a contar las luces que van pasando. Una, dos, tres……
Toda la familia se entregó al juego que Carmen había propuesto en su afán de distraer a las niñas, sobre todo a la pequeña que se mostraba más inquieta.
-Ochenta…, noventa…, ciento veinte…, doscientas….
-Ya os había dicho yo que era un túnel larguísimo.
-No quiero contar más, mamá, quiero salir de aquí.
- Y yo también, papá.
Las niñas lloraban al unísono y hasta Coco ladraba sin parar, como si las niñas le hubieran trasmitido el temor que sentían.
Juan, que era la primera vez que atravesaba un túnel tan largo, empezó a sentirse agobiado, y, en su pretensión de salir cuanto antes de allí, pisó el acelerador a tope. En un movimiento reflejo, miró los instrumentos del coche unos segundos para comprobar que todo estaba en orden. Y lo estaba. El coche se deslizaba sin apenas hacer ruido (los neumáticos nuevos, claro, y la ausencia de fricción con el aire en el interior de la montaña). La radio había dejado de funcionar pero era natural a la profundidad a la que se encontraban. ¿Porqué su mente lo encerraba en una cárcel de asfalto y hormigón, cuando estaba en un túnel de la autopista, uno de los más seguros de Europa? Se esforzó en tranquilizarse al comprobar que, cada quinientos metros, había una puerta metálica de comunicación con el exterior y un poste telefónico que le pondría en contacto con el centro de control ante cualquier emergencia. Pero no lo consiguió. La sensación que experimentaba era la de que había trascurrido mucho más tiempo que los siete minutos que, calculaba, habrían sido suficientes para atravesar el túnel a una velocidad normal. El vehículo se desplazaba, sin duda, impulsado por el potente motor, pero, lo que le parecía, era que el asfalto se movía a gran velocidad bajo las ruedas del coche y, en definitiva, que el túnel entero los engullía.
-Juan, me estoy poniendo nerviosa.
Al tiempo que en voz baja se sinceraba con su esposo, mentalmente seguía contando las luces que iban dejando atrás (“veinte mil, treinta mil, sesenta mil…. No puede ser”)
Cogió el móvil que siempre llevaba a mano cuando viajaban, queriendo encontrar en su pantalla iluminada el hilo umbilical que la uniese con el exterior, pero no había señal. Comenzó a sudar y a sentir que le faltaba el aire. Estaba a punto de llorar pero se contuvo por las niñas.
Juan, sin saber porqué, frenó violentamente en un intento subconsciente de quebrar la dinámica de una situación que no comprendía ni controlaba, pero, aunque oyó el frenazo, todo seguía igual: las luces de las paredes, los letreros luminosos colgados del techo, las puertas de salida, los postes del teléfono, los tramos de pintura del asfalto, todo, pasando vertiginosamente ante sus ojos. Ya no oía el llanto de las niñas, la voz temblorosa de su mujer ni los ladridos del perro. Por no oír, no oía ni siquiera sus propios pensamientos. Y cuando ya empezaba a abandonarse a lo irremediable, cuando ya pensaba en dejar de luchar contra lo que le sobrepasaba, al fondo, un atisbo lejano de luz solar le sorprendió.
-Carmen, niñas. Ya se ve la claridad blanca del día. Estamos llegando al final.
Los aullidos lastimeros de un perro retumbaban bajo la bóveda de hierro y cemento.

jueves, 9 de diciembre de 2010

PUKY

PUKY

Como todos los días a las seis de la mañana me disponía a sacar la basura al descansillo de la escalera. El café negro y cargado me había despejado totalmente y el mono de la droga deportiva (he podido comprobar que el hábito del ejercicio físico actúa como una droga) me hacía dar saltitos mientras deambulaba por la casa antes de salir a correr. Tomé la bolsa de basura y salí a la escalera dejando la puerta entreabierta con intención de volver a coger el gorro y la radio que habitualmente me acompañaban durante mi trayecto.
Estaba depositando la basura en el contenedor cuando un rayo rubio me rozó la pierna haciendo que la fricción con el chándal acrílico me produjera una especie de suave calambre.
-Puky, Puky..
Era él. No lo había visto ni oído acercarse; claro que los gatos, como todos los felinos, son sigilosos y muchas veces parece que juegan a esconderse de su amo: “pero si estaba hace un segundo en el sofá”.” ¿Dónde se habrá metido?”
Lo cierto es que Puky corría escalera abajo a toda leche y que si no reaccionaba y el portal estaba abierto, que lo estaría como todos los días mientras la portera hacía la limpieza, se me iba a perder en cuanto saliera a la calle.
Bajé la escalera en segundos.
-María. ¿Ha visto..?
-Si. Ha pasado como alma..
Dejé a la mujer con la palabra en la boca. Miré hacia ambos lados de la avenida y a unos trescientos metros a la derecha, Puky estaba haciendo tranquilamente sus necesidades en el hueco de tierra que rodean los arboles que se plantan en la acera. Esprinté todo lo que pude –sin calentar- y sentí un pequeño tirón en el recto que no me impidió seguir corriendo.
Será cabrón. Tantos años haciendo lo mismo, todas las mañanas sin moverse del sofá, siguiéndome con la vista desde su duermevela perezosa, y hoy se le ocurre hacerme esto. ¿Se habrá cansado de mí? ¿Tendrá ganas de juerga? De juerga , juerga , no que está capado. Ya sé lo que le ha pasado : quizá sean las ansias de libertad. Pero que gilipollez estás pensando. Si ya su hábitat “natural” es la casa (si tuviera que buscarse la vida por los tejados del pueblo como otros congéneres no duraba ni una noche)
Bueno, lo cierto es que estaba a quince metros y en cuanto lo tuviera en los brazos le regañaría y le daría un buen tirón de orejas. En adelante tendría más cuidado con la puerta.
-Puky, Puky.
Cuando casi iba a cogerlo se me quedó mirando con una indiferencia que me hizo daño, dio media vuelta y cruzó la calzada a todo trapo entre los coches que a punto estuvieron de atropellarlo. Se internó en el parque y lo perdí de vista.
-Perdón. ¿Ha visto usted un gato suelto?
- No.
¿Cómo se me ocurre preguntarle por un gato a un tío que a estas horas está paseando a su perro? Seguro que odia a los gatos.
Seguí corriendo sin rumbo por el camino de tierra cuando oí unos ladridos lejanos. Algún perro lo ha visto, seguro. Aceleré al máximo y efectivamente en la dirección que el perro ladraba casi arrastrando a su amo vi –ya estaba amaneciendo- su cola desaparecer tras un seto. Cruzó la calzada de nuevo y salto un muro que partía la ciudad en dos. A este lado del parque la gente y la vida eran muy distintas. Al otro la ciudad recordaba a Beirut. Crucé la calzada jugándome la vida entre los coches y franqueé el muro por una pequeña escalera que salvaba el desnivel. Las calles eran estrechas y tortuosas, las casas viejas y algunas en ruinas y deshabitadas. Mi carrera vertiginosa se había trasformado en un trote lento y monótono pero seguía escudriñando tras los recovecos y las esquinas, cada vez con menos esperanza de encontrar a Puky-
Andaba al ralentí convencido de que había perdido a Puky para siempre. En medio de aquellas calles desiertas, sucias y abandonadas, me vinieron a la mente las siestas en el sillón del cuarto de estar con Puky desmadejado sobre mi panza - para él la mejor cama del mundo-, subiendo y bajando al compás de mi respiración y totalmente abandonado al placer de descansar; recordé el calor de la vida que mutuamente nos dábamos a falta de otros mejores y la muda compañía sin la interferencia de las palabras. En fin, con toda propiedad podía decir que Puky había contribuido a que lograra alcanzar esas pequeñas dosis de felicidad a las que podía aspirar en mi situación.
Unas voces y risas estridentes me sacaron de mi ensimismamiento. Doblé la esquina y, tras la cancela de hierro que trataba de proteger la entrada al portal de una casa abandonada, vi un grupo de jóvenes con mala pinta bebiendo cerveza y fumándose unos porros. Por un segundo fui consciente del peligro pero decidí actuar con naturalidad.
-Hola. Buenos días. ¿Habéis visto un gato por aquí?
-Pero, tío, por aquí hay miles de gatos.
Mi interlocutor sonreía y miraba a sus compinches buscando su aprobación.
-Es rubio con rayas y tiene los ojos azules.
-Joder, macho, ni que estuvieras hablando de Brad Pitt. No hemos visto ningún gato tan guapo, pero estamos viendo tu peluco que nos gusta mucho más.
Al momento corría calle abajo a toda velocidad y oía las voces de aquellos elementos gritando improperios y blasfemias cada vez más lejanas. La borrachera que llevaban se había convertido en mi aliada impidiéndoles reaccionar. Me sentí a salvo cuando ya casi me faltaba la respiración, y me permití moderar la carrera hasta recuperar un paso vivo con el que me fui alejando de aquella zona.
Superado el peligro, mi mente viajó a la “hora feliz”. Llamaba así a un momento que solía coincidir con el fin del telediario de la noche, en el que Puky abandonaba su letargo diurno y empezaba a dar carreras por el salón y a saltar, maullando de vez en cuando, como si estuviera persiguiendo a una presa en plena sabana. Yo me levantaba del sillón, corría tras él y él me esquivaba en un juego que nos hacía descargar la adrenalina acumulada durante el día. En realidad era una hora feliz para los dos que, a nuestra ya provecta edad, nos comportábamos como los cachorros juguetones de los documentales de felinos.
--Guau, guau, guau..
Al oír los ladridos ansiosos de un perro, algo se removió en mi interior y aceleré el paso al compás que se renovaba mi esperanza de encontrarlo. Desemboqué en una pequeña plazuela que como único adorno, tenía un árbol raquítico y seco en el centro. Y allí estaba el can mirando hacia arriba y ladrando sin percibirse de mi presencia. Y allí estaba Puky en una rama ,bufado, intentando hacer frente a aquella bestia. Sin pensarlo me acerque por detrás y le di una patada al perro en el lomo que le hizo correr despavorido. Al mismo tiempo Puky saltó del árbol y buscó la salida en dirección contraria.
-Puky, Puky.
Sería el instinto de conservación. Aunque a veces me pareciera que entendía lo que le decía, Puky era un ser irracional y no podía evaluar que, si el perro corría a toda velocidad calle arriba y el permanecía donde estaba, el peligro para su integridad se diluiría como un azucarillo. No pudo o quizá no quiso darse cuenta de que allí estaba su salvador y amigo dispuesto a protegerlo de todo mal. Al contrario, se alejó como alma que lleva el diablo calle abajo como si yo formara parte del ejército atacante.
De nuevo el pesimismo se apoderó de mí y empecé a descender hacia mi barrio residencial y moderno desde la ciudad alta que los primeros rayos de sol habían transformado en un poblado mediterráneo típico y tópico. La calle por la que bajaba desembocaba en perpendicular en otra que corría paralela al muro que encajonaba la avenida que delimitaba el gran parque urbano que dividía la ciudad. Me encontraba a no más de cincuenta metros del muro cuando oí el chirrido de un frenazo seguido del ruido de varios golpes en cadena y, sin saber porqué, me temí lo peor. Corrí como un poseso y vi al asomarme tres conductores que se habían bajado de los coches y discutían a gritos. Y allí debajo de las ruedas delanteras del coche que había provocado el accidente, estaba Puky tendido, inerte, con un hilillo de sangre saliéndole por la naricilla blanca. Salté sin pensar en la considerable altura del muro, y cojeando me metí en la calzada sorteando los coches que pretendían seguir su camino bordeando los que habían quedado detenidos por el impacto. Me arrodillé en el asfalto y lo cogí en brazos gimoteando. El conductor que había provocado el accidente al intentar esquivar a Puky se volvió airado hacia mí:
-Eh, tu, cabrón, ¿el gato es tuyo, verdad? Te va a costar un pastón reparar los coches.
- No es mío.
-¿Cómo que no? Pero si estás llorando como una Magdalena.
- Es que me dan mucha pena los animales que matan los coches.
-Y una leche. Es tuyo.
Me encaré con él y con los demás conductores que se habían acercado.
-Te he dicho que no. Soy miembro de una asociación de defensa de animales abandonados y punto.
Aquella respuesta pareció conformarle y yo aproveché para desaparecer por el parque con Puky en brazos. Lloraba como un chiquillo al que se le hubiera roto su juguete. Ya no había solución. Puky estaba muerto y bien muerto y yo había perdido a mi compañero de soledades y nostalgias.
De repente vi que, por un segundo, abría el parpado derecho aunque, al instante, lo volvió a cerrar en lo que a mi pareció un guiño de vida. ¿No dice el refrán aquello de “siete vidas tiene un gato”?
Lo había negado por tres veces como San Pedro pero lo cierto es que Puky era mío, estaba conmigo y vivía. Las lágrimas de desesperación e impotencia, en un momento, se habían convertido en lágrimas de alegría. ¡Puky, te quiero!

sábado, 26 de diciembre de 2009

¿ALMAS GEMELAS?

¿ALMAS GEMELAS?

--- Berta, llegaremos tarde a casa. Vamos a celebrar nuestro cumpleaños con los compañeros de trabajo. Nos tomaremos unas copas al salir de la oficina.

---No os paséis y cuidado con el coche.

El pub donde solían reunirse al salir del trabajo en ocasiones señaladas estaba lleno de gente. Muchos empleados del impresionante edificio de oficinas se despedían antes de comenzar las fiestas navideñas. Entre el bullicio se alzó la voz de Alberto que se había levantado con una copa mano.

--- Quiero brindar por mi hermano del alma y por la mujer más maravillosa del mundo, Berta, mi mujer.

---Por Luis y por Berta.

Los amigos habían ido despidiéndose en un chorreo constante y, ya avanzada la tarde, solo quedaban frente a frente los dos hermanos. El alcohol empujaba la conversación hacia los recuerdos y, aunque parecía poner chinitas en el frenillo de la lengua, les abría las puertas de la memoria que se asomaba a los retazos de su vida en común. Como un portero, cerraba la habitación de la niñez, cuando empezaron a descubrir lo que les pasaba; abría la de la adolescencia en la que se divertían sacando partido a su particularidad; y entraba ya de lleno en la juventud, cuando utilizaban su peculiar característica para progresar en el camino que todos los jóvenes tienen que recorrer: la diversión, el juego, la carrera y la autoafirmación.

---Joder, Luis, tenemos suerte de ser tan especiales.

---Alberto, no me digas lo que no piensas o al menos no lo piensas de una manera tan absoluta. Sabes que no me puedes engañar. Ja, ja.

Nos hemos divertido mucho. ¿Te acuerdas cuando en sexto de bachiller me presenté por ti al examen de matemáticas?

---Claro que me acuerdo, sobre todo de la cara de gilipollas que se le quedó a Don Pancracio al ver cómo yo, un alumno mediocre, desarrollaba una fórmula matemática tan difícil sin un solo fallo. Siempre fuiste bueno con las mates.

--- Y tú con la química, jaja.

--- ¿Y con las chicas? Era divertidísimo comentar las citas con Marta que no distinguía si estaba con uno o con otro.

---También tenía sus inconvenientes: Al jugar al tenis era complicado terminar un punto. Yo sabía unos segundos antes de que golpearas la bola hacia donde querías dirigirla y naturalmente estaba allí para devolverla, jaja. A ti te pasaba lo mismo, pero tenías menos piernas que yo y casi siempre te acababa ganando el partido. Ja, ja..

---Y sus ventajas: acuérdate de la final del campeonato de futbol del distrito universitario. Tú sabías hacia donde me iba a desmarcar antes de iniciar mi carrera y me ponías el balón justo allí. ¡Que golazo!

Eran las dos de la mañana, apenas quedaba gente en el local, y no encontraban el momento de marchar a casa. Las carcajadas llegaron a ser tan estridentes que el camarero les llamó la atención.

---Alberto, parece increíble que el azar que nos trajo juntos al mundo nos haya permitido recorrer juntos nuestro camino.

---Si. No nos podíamos creer que la misma gran empresa farmacéutica nos aceptara a los dos: a ti para el departamento de márquetin y a mí para el de investigación. Y no nos podemos quejar: los dos somos jefes de departamento. Jaja. Claro que en las reuniones de trabajo en las que había sus piques afloraba nuestra, digamos , situación particular. Reconoce que, cuando se decidió invertir en Brasil, te aprovechaste de tu conocimiento de mi posición para imponer tu criterio (el del departamento de márquetin, quiero decir) Rompiste nuestro pacto, cabrón.

---A veces los pactos y las normas se incumplen, jaja. Depende de lo que esté en juego.

---No insistas más en el tema. Sabes que Berta me quiere a mí. Quizá tuvo al principio sus dudas (éramos aparentemente tan iguales), pero después lo vio claro y me tocó la lotería.

---Pero era mi compañera de clase. Te aprovechaste de una manera indecente cuando aquella tarde te confundió conmigo y te devolvió los apuntes de estructura económica. Al principio no le di importancia pero ahí empezó todo lo que la llevó a ser tu mujer.

---Ya, la quisiste y la quieres todavía después de tanto tiempo. Pero, Luis, tienes que superar esa situación. No se ni como puedo hacer el amor con ella, “sabiendo” que en la habitación de al lado te corres oyendo nuestros jadeos, como si te la estuvieras follando tú.

---Llevas razón. Tenía que haberme ido de casa cuando os casasteis. Pero no pude, no pude. Esas migajas de ella que me llegaban en una sonrisa, en una mirada inocente pero para mí de esperanza, en la simple visión de su cuerpo que nunca podría tocar, esas migajas, me mantenían vivo. Lo siento, lo siento. He hecho el amor con ella tantas veces como tú, sin poder evitarlo. Y tampoco puedo evitar la envidia por saber que es tuya, sólo tuya. A veces te odio al mismo tiempo que te quiero. Alberto, más de una vez he pensado en matarte.

---Hermano, no llores. No podemos luchar contra el destino, ni contra los sentimientos.

---No me engañes, sabes que no puedes hacerlo. Y llevas razón. No podemos seguir así. Es una buena solución o, si no es una buena solución, es la única definitiva.

Lloraron juntos, abrazados a través de la mesa que los separaba como un muro que les impedía confundirse en uno. Pagaron las consumiciones y caminaron en silencio por Madrid en la única dirección que podían seguir. Ya no lloraban. Cuando volvían la cara el uno hacia el otro buscándose los ojos que decían más que las palabras, el vaho que exhalaban se integraba en una sola nube que ascendía hasta disiparse en el aire.

---Si, vamos a jugar limpio la última partida. Desgraciadamente no nos podemos fiar el uno del otro.

--No hay nadie en la calle. Espera, parece que hay alguien en ese cajero automático.

Tocaron en los cristales del cajero y un magrebí que dormía entre cartones los miró con los ojos inyectados en miedo.

---Tienes que hacernos un favor. Te lo pagaremos bien.

De repente el pobre hombre se dio cuenta de que tenía delante dos personas afligidas, derrotadas, incapaces de hacerle daño, y abrió la puerta desde dentro.

---¿Tienes cerillas?

Rebuscó en sus bolsillos y les enseñó una cajita de fósforos.

---Toma quinientos euros. Para que pases una buena Navidad.

---Ahora, date la vuelta, parte una cerilla y guárdala en una mano. En la otra coge una entera, guárdala también sin que se vea, y date la vuelta.

---Elige tú, Luis. Al fin y al cabo fuiste el primero en llegar.

Estaba temblando. Durante unos segundos eternos, su mano, que tenía que indicar la mano ajena en la que estaba oculto el futuro de los dos, se negaba a obedecer la orden del cerebro. Por fin, señaló la mano que el inmigrante tenía que abrir.

---Lo siento hermano.

En el breve recorrido hasta el puente no cruzaron una sola palabra. No era necesario. Sus pensamientos eran los mismos. Los seres humanos, por suerte, no son trasparentes. Hay trozos del alma que no se pueden compartir, recodos de los sentimientos que deben permanecer ocultos a los demás. Si no fuese así, el mundo sería un desastre como lo era el suyo. Su mundo estaba a punto de explotar como una pompa de jabón.

---Cariño. ¿Qué te ha pasado? No llores, no llores.

---Por fin me he librado de él. Ha sido muy duro. Me he tenido que jugar mi propia vida.

lunes, 2 de noviembre de 2009

SANGRE EN LA CARA

SANGRE EN LA CARA

( TEXTO SIN CATALOGAR )

No os asustéis. Aunque lo pudiera parecer, el título de esta reflexión no va de gore ni de truculencias al uso en esta época que nos ha tocado vivir. Reconozco, y pido perdón por ello, que el título es un señuelo para atraer a lectores despistados; los lectores fieles, habituales, se que antes o después pasaran por mi sitio y compartirán conmigo estas letras.

La cosa va más de rubor (nombre), arrebolar (verbo) y sonrojado/a adjetivo). Trato de abordar la situación que se produce cuando alguien se ruboriza y los mecanismos interiores que desencadenan el sonrojo (pensamientos sobre todo, también sensaciones) Y, como se trata de un texto que pretende ser literario y yo un aspirante a escritor, creo que la mejor manera de hacerlo es mediante un ejercicio de ejemplificación con escenas o pinceladas narrativas.

Los adolescentes al salir del colegio se dirigieron al parque cercano. Caminaban a la par hablando de sus cosas y, poco a poco, se internaron por sendas alfombradas de hojas que los alejaban del camino principal. El muchacho se paró y giró la cabeza tratando de confirmar que estaban solos. Quedaron frente a frente y, con un rápido movimiento, tomo la mano de la niña que en un primer momento trató de retirarla sin conseguirlo. En un instante, algo prendió en su interior como si una mano invisible hubiera acercado una cerilla al combustible de sus sentimientos. La lengua de fuego le quemó el pecho y la garganta y le secó la natural humedad de su boca. Un pincel invisible cambió el color de sus mejillas, antes sonrosadas, en un rojo de sangre oscura

Evidentemente la chiquilla “ocultaba” la atracción que sentía por su compañero de clase. La situación vivida la había puesto en la tesitura desconocida e inesperada. Aunque una parte de sí la impelía a seguir manteniendo su secreto, otra, la mas primitiva, había escapado de su control y trasmitido de alguna manera lo que “en realidad” sentía. ¿Es el hecho de ocultar lo que genera la reacción física, o, es ésta una forma inconsciente de expresar lo que no se quiere decir?

Juanito, cerró la revista de un portazo. Pamela Andersson , como casi todas las tardes, le guiñó el ojo y de sus labios broto un “vamos” sugerente. La siguió en su contoneo por el pasillo que lo llevaría directamente al cielo. Cerró con pestillo la puerta del servicio y con la misma ansiosa prontitud que cuando una descomposición del cuerpo te lanza a toda marcha hacia la tapa del inodoro, asentó sus posaderas en el váter. Sintió la verga enhiesta, pidiéndole ya, como si tuviera pensamiento propio, que iniciara el rítmico meneo, trasunto casi real del movimiento de caderas de la artista de su devoción. La foto imaginada, o quizá fuera una película, de la mujer deseada, cabalgando sobre él, se acompasaba a los movimientos de su mano, ducha ya en encontrar el grado de presión y los ritmos más placenteros.

--Juanito, quieres sacar la basura de una vez.

--Ahora no puedo. Iré después.

Otras veces esa respuesta había sido suficiente, pero los fuertes golpes en la puerta indicaban que, esta vez, su madre no iba a permitirle ni un minuto más.

--O abres o tiro la puerta abajo.

Estaba a punto de caramelo y ni contestó. Su miembro por fin escupió sobre el papel el líquido sagrado de la vida, y Pamela se esfumó deprisa como una amante secreta a punto de ser descubierta. Se subió los pantalones y abrió la puerta.

--Estas rojo como un tomate. Estarías haciendo guarrerías. Anda, ve a bajar la basura.

El rojo bermellón de su cara no dejaba lugar a dudas. ¿Qué podía estar haciendo un adolescente en el cuarto de baño para ruborizarse de esa manera? Algo íntimo, oculto, y “malo” naturalmente, porque si en realidad hubiera estado haciendo de vientre no tenía porque haberse puesto así. En una sociedad abierta, tolerante, sin complejo de culpas en cuanto al sexo, la escena podría haber sido otra:

--Mamá, me estoy masturbando. En cuanto termine te bajo la basura.

--No te preocupes, hijo, acaba con tranquilidad, pero que no se te olvide.

Pero vamos a cambiar de tercio que no siempre el sonrojo tiene que ver con el amor o con el sexo. No quiero parecer monotemático.

El paraninfo de la pequeña universidad de provincias estaba lleno hasta la bandera. El Catedrático de Derecho Administrativo de la Complutense, máxima autoridad en urbanismo, había dictado su conferencia magistral sobre el futuro de la ciudad mediterránea. Había dejado claro que en su opinión había que volver a la urbe tradicional, mas apelmazada y mas alta, pero más cómoda para sus habitantes y mucho mas respetuosa con el medio ambiente al evitar desplazamientos innecesarios con el consiguiente ahorro, y no invadir en exceso el medio rural.

Cuando el Decano abrió el coloquio, un joven bajito y con gafas pidió la palabra:

--Profesor, ¿Cómo explica usted su cambio de posición respectó de lo que defendió en su tesis doctoral “Nuevas urbanizaciones y conurbaciones. De la ciudad al campo”, escrita en 1965 cuando comenzó el desarrollismo y posteriormente puesta en practica por su prestigioso bufete durante décadas?

El Decano fue el único que se dio de cuenta del color amapola que, como un velo, se aposentó en la cara del insigne catedrático.

--Abrevie, por favor..

--¿No es cierto que ya es tarde para buscar soluciones? ¿No es cierto que ya en 1975 se dio cuenta de que ese camino llevaba al desastre – se puede comprobar en su artículo de ese año en la Revista “La arquitectura, hoy”- y su despacho siguió aplicando durante años una teoría equivocada?

Un aplauso cerrado de la concurrencia resonó en la sala.

--- El urbanismo es una ciencia en constante evolución…y bla, bla, bla…

Aquel joven estudiante había desenmascarado al prócer. Lo había dejado desnudo y “avergonzado “ante el auditorio. Fueron solo unos segundos, pero, durante un momento, al conferenciante se le arreboló la faz. Después, las tablas y los conocimientos le sirvieron para salir del paso. En su fuero interno, era consciente de que el joven tenía razón, de que le había puesto delante de las narices los fantasmas que aún hoy le quitaban el sueño.

No quiero aburrir más al lector, ni sacar conclusiones que corresponden más a los psicólogos. Si algún lector se atreve que lo haga. Para no cansar más os dejo con el último ejemplo.

Era ya de madrugada y los dedos se deslizaban por el teclado a gran velocidad, como los patines sobre el hielo. Se había propuesto acabar aquel texto que no sabia catalogar de una puñetera vez.

--- No le des mas vueltas. No tiene arreglo. Léelo entero y que se quede como está. Al fin y al cabo es tu criatura. No tienes porqué avergonzarte de ella.

Al terminar la lectura, fatigado, derivó la mirada desde las letras hacia los márgenes de la pantalla donde la luz del flexo, como un espejo oscuro, reflejaba su propia cara. Observó, al tiempo que le sudaban las manos, que en sus pómulos se había instalado un color violáceo, como el de los muertos.

domingo, 25 de octubre de 2009

CAMBIO HORARIO

CAMBIO HORARIO

Hoy amanece “antes”. Los hombres (algunos que se sientan en un despacho en Bruselas) lo decidieron así hace años. Pretenden manejar el tiempo, pulsar el interruptor que, con un clik, establece en qué preciso momento empieza el día y la noche termina. El “Gran Hombre”, ese que nos controla, nos espía y nos conduce por el camino correcto, quiere incidir hasta en el desenvolvimiento de los ciclos naturales, naturalmente sin conseguirlo. Quiere determinar el momento en que las hormiguitas tenemos que empezar nuestra actividad diaria o recluirnos en nuestro panal tan confortable; pero hay gente que aguanta despierta hasta el amanecer y otros que se levantan y empiezan su quehacer antes de la hora prevista. Los hay noctámbulos y madrugadores que podrían saludarse al encontrarse en su deambular. “ Buenas noches” dirían unos, “buenos días” dirían otros.

Los días como hoy en que las farolas del parque, por un fallo en el mecanismo que las regula, permanecen encendidas con un sol resplandeciente, ponen de relieve lo absurdo de esa pretensión.

lunes, 12 de octubre de 2009

EL ESPECTÁCULO

EL ESPECTÁCULO

Un ruido estridente de sirenas de vehículos, me hizo levantar la vista del libro que estaba consultando. Pensé que podría ser una ambulancia trasladando a los heridos de algún accidente al cercano hospital. Me asome a la ventana y vi una caravana encabezada por dos coches de policía, seguidos de un gran autobús y otros dos vehículos policiales que la cerraban. Giraron bruscamente hacia la calle donde están los juzgados de la ciudad que justamente enfrentan la ventana de mi despacho. Del primer coche bajaron dos policías que en un plis plas despejaron la vía apremiando a los conductores que se habían atrevido a aparcar en segunda fila. El autobús paró frente a la entrada del garaje del edificio y, en un momento, unos doce policías bajaron de los vehículos, acordonaron la zona y dispusieron con vallas metálicas una senda entre la puerta del autobús y la del garaje. Toda la operación se desarrollo con gran rapidez, como en las películas de acción, o cuando en los telediarios se ve llegar a los mandatarios del mundo a una reunión oficial. Imaginé en un principio que tal dispositivo de seguridad tendría por objeto la custodia de alguna banda de narcos o de algún asesino en serie, pero deseché la idea al reparar en que todos los policías iban provistos de mascarillas y guantes. La gente se arremolinaba en los alrededores intentando ver lo que estaba ocurriendo. Dos magrebíes, harapientos, cansados, con la cabeza baja y esposados ente si, descendieron del autobús y, siguiendo las instrucciones de los policías, desparecieron por la puerta del garaje del edificio. Y otros dos, y otros dos, y así hasta cincuenta y tres pude contar. Mientras la gente cuchicheaba, allí estaban ellos, avergonzados, tirando como un par de bueyes del carro de su pobreza y también de su esperanza. Porqué no levantáis la cabeza y miráis a los ojos a los policías que os tratan como delincuentes y a los ciudadanos “de bien” que parecíamos disfrutar con el espectáculo. Ninguno seríamos capaces de manteneros la mirada.

Un tremendo malestar se apoderó de mí. Corrí dando arcadas hasta el pequeño servicio del despacho, casi metí la cabeza en el váter intentando echar fuera de mi cuerpo toda la mierda que se estaba revolviendo en mi interior, pero no eché nada.

lunes, 28 de septiembre de 2009

OBSESIÓN (LA LÍNEA ROJA)

OBSESIÓN
(LA LÍNEA ROJA)

--- Cariño, ¿Te traigo tu gin-tonic?
--- Claro, es la hora. ¿Me acompañas?
--- No seas tonto. Sé que estos momentos son sólo tuyos. Además tengo cosas que hacer.
¡Es increíble cómo me conoce Alicia! Tantos años juntos y siempre en su sitio. Adivina mis pensamientos y mis deseos; sabe estar cerca cuando la necesito y desaparecer con cualquier excusa cuando me apetece estar solo. He dedicado toda mi vida a estudiar, pensar y reflexionar (al fin y al cabo me pagan por eso), pero estos momentos del atardecer del verano debieran ser para disfrutar de la música, del paisaje, de la tranquilidad… Y sin embargo no lo consigo. Las ideas que me obsesionan se me cuelan entre las notas y las nubes, parece que llegan a mi interior diluidas en los sorbos de licor y pinchan el globo de la tranquilidad de espíritu que aspiro a alcanzar dejando la mente casi en blanco.
Ya estás aquí otra vez, con nuevos matices, como telón de fondo de nuevas elucubraciones, de nuevas teorías que quizá no sean tan nuevas.
Como hecho natural y universal todo, casi todo, ( no debiera ser tan rotundo en mis afirmaciones) está dicho y filosofado sobre la muerte. Lo que me interesa últimamente es la muerte como resultado de la acción humana pero desde el punto de vista subjetivo del que la realiza. Y acotando más, no tanto me obsesiona la acción de proyectar u ordenar la muerte de un semejante ( en otros tiempos yo mismo lo he hecho), sino la acción directa de matar. Debiera fijar mi atención en soldados, asesinos, médicos, verdugos. ¿Qué sentirán cuando matan a un congénere? He tenido ocasión de cruzar mi mirada con la de algunos asesinos y hay algo especial en ella: en sus ojos se puede vislumbrar arrojo, maldad, miedo, arrepentimiento ,seguridad; pero , si tuviera que encontrar un común denominador en todos ellos, quizá sería la convicción o el sentimiento de haber traspasado una barrera.
Hay dos clases de hombres: los que han matado con sus propias manos a otro y los que no lo han hecho. Los que han cruzado por si mismos la línea roja que separa la vida de la muerte ,sin duda, constituyen una categoría especial.
--- Cariño, empieza a vestirte que estoy terminando de arreglarme. Cenamos con los Martínez. ¿Es que se te ha olvidado?
--- Voy; en diez minutos estoy listo.
La cena con un matrimonio amigo de toda la vida había sido muy agradable. Una ligera llovizna que comenzó a caer a media noche había limpiado las carreteras de polvo y de tráfico.
Apenas se habían cruzado con una decena de coches desde que dejaron el restaurante.
Fue solo un segundo. Las luces del coche que detectó por el retrovisor se le echaron encima hasta el punto de que le pareció inevitable que le envistiera por detrás. Sin embargo, en el último instante, el coche agresor cambió de carril, lo sobrepasó casi rozándolo y le recortó el espacio hasta sacarlo de la carretera. Sólo le dio tiempo a frenar y echarse a su derecha, quedando el coche inclinado con dos de las ruedas sobre el arcén y las otras dos pisando la gravilla de la cuneta.
Alicia que se había quedado dormida, despertó en un grito ante la brusquedad de la maniobra.
--- Ha sido solo un susto, cariño. Sigue durmiendo.
--- Conduce con cuidado.
--- Sabes que siempre lo hago.
¡Que cabrón! Ha puesto en peligro nuestras vidas en un momento. Iría borracho o drogado o quizá sólo quería divertirse.
No habría recorrido ni un kilómetro, Alicia dormía de nuevo y el semáforo en rojo, en medio de la nada, advertía de que estaban entrando en la ciudad. Allí parado vio el Golf. A medida que se iba acercando lentamente por detrás, podía oír la música discotequera que traspasaba los cristales del automóvil y su cerebro. Bajó del coche con cuidado y sin hacer ruido. Mientras caminaba sacó algo del bolsillo interior de la chaqueta. Se plantó frente a la puerta del conductor y tocó suavemente en la ventanilla.
--- ¡Que pasa, viejo!
El cristal de la ventanilla estaba todavía descendiendo cuando alzo la mano desde la rodilla y un sonido apagado, como el de los pequeños petardos que no explotan bien, apenas se oyó en medio de la noche.
Volvió al coche e inició suavemente la marcha cuando el semáforo se puso en vede, bordeando el obstáculo que tenía delante. Alicia seguía durmiendo.
--- Cariño, me voy a la cama. No tengo ganas ni de desmaquillarme.
--- Buenas noches. Que descanses.
Mientras se lavaba los dientes el espejo le devolvió una mirada que no era la suya.
--- Ya he saltado al otro lado. He traspasado la línea roja. Estoy, como diría, conmocionado.
No pudo dormir en toda la noche.

--- Buenos días, Margarita.
--- ¡Qué moreno viene usted, Sr. Juez!

domingo, 19 de julio de 2009

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS


A media noche, leía en la terraza de mi apartamento.
Mire hacia el mar y vi dos lucecitas de linterna.
Cuando acabé el capitulo, volví a mirar y no vi nada.
Al amanecer retomé la lectura,
miré al mar y vi tres cadáveres flotando,
y uno más en la arena.
Por suerte, solo vi cuatro,
Podía haber visto muchos más.

jueves, 16 de julio de 2009

ELEGIA

ELEGIA



Miguel, te has ido sin darnos cuenta.
Podría contar lo que hemos vivido juntos,
Podría volcar sobre el papel los sentimientos que me embargan,
Podría…. Pero no tengo fuerzas ni siquiera para intentarlo.
Solo una idea me machaca la cabeza y me tortura el alma:
¿Porqué? ¿Porqué tu?

domingo, 17 de mayo de 2009

LA REVOLUCION PENDIENTE

LA REVOLUCION PENDIENTE




--- ¡Cuidado L1! Se nos viene encima una riada.
L1 se agarro con todas su fuerzas a las paredes rugosas del cañón y pudo ver como una lengua liquida y pastosa, que envolvía también elementos sólidos y compactos, se precitaba con fuerza hacia abajo, arrastrando en su camino a otros compañeros de trabajo que no habían podido ponerse a salvo de la avalancha.
--- L2, otros que se han ido sin que nadie haga nada. Bastaría con que nos avisaran por los altavoces o sonara una sirena para que no se produjeran estos accidentes. Pero parece que a los de arriba nuestra vida les importa un comino.
--- Llevamos mucho tiempo aquí y sabes que los directores sustituyen rápidamente a los que se van. La verdad es que no se como lo hacen. Es como si tuvieran una reserva de trabajadores permanente para cubrir las bajas continuas que se producen en este puto trabajo.
--- Una vez vi en la cantina a un tipo que me dijo que se llamaba G1 y que, con la copas, me confesó que trabajaba en un centro de reproducción donde se producían a la carta los individuos que en cada momento eran necesarios para que nuestro mundo siguiera funcionando. Ellos se limitaban a seguir las instrucciones de los Coordinadores –los N, ya sabes- que diariamente les proporcionaban el plan de trabajo.
--- Bueno vamos a descansar que, si no ocurre nada anormal, tenemos unas horas de asueto.
--- Oye sabes lo que se oye por ahí: que los Coordinadores nunca descansan. Incluso cuando todo está parado, ellos siguen maquinando.
--- Eso no puede ser. Todos necesitamos descansar.
--- Pues yo creo que el rumor debe ser cierto. Por algo son los que mandan, siempre mandan los mismos, y eso debe ser porque son distintos de los demás.
L1 y L2 se dirigieron a la cantina de su sector como hacían todas las noches antes de irse a descansar. Un borracho rompía la mortecina tranquilidad de la taberna y elevaba la voz por encima de lo permitido.
--- Todos los que estáis aquí sois una mierda. No sabéis nada de lo que pasa más allá de vuestras narices. Yo soy V5, vigilante de fronteras, y puedo deciros que pasan cosas fuera de nuestro mundo, que hay vida en el exterior muy parecida a la nuestra.
El camarero, no quería problemas y le urgió a que se marchara o dejara de hablar de cosas raras. Si seguía dando la murga llamaría a seguridad.
Un individuo alto y deforme se acercó al borracho y, con la excusa de quitarlo de en medio, lo sentó en su mesa junto a la que ocupaban L1 y L2.
--- V5, soy escritor y me gusta mucho hablar con la gente que tiene imaginación. Cuéntame algo de esas fantasías que quizá me sirvan de inspiración para un relato.
--- Quien coño eres. ¿Es que no me crees? Muchos vigilantes han muerto y yo he estado a punto de morir para repeler ataques exteriores.
--- ¿Y de donde vienen esos ataques exteriores, querido amigo?
--- De otros mundos como el nuestro. Hay millones de mundos como el nuestro con gente como nosotros.
--- Ja, Ja, ja. Es una historia magnífica para ponerla por escrito.
--- Te digo que es verdad y me estoy jugando la vida al decírtelo, so capullo. Pero es que no puedo vivir con este secreto pesando sobre mí. Y los cabrones de nuestros jefes nos van matando a todos los que hacemos este trabajo en cuanto sospechan que nos estamos dando cuenta de lo que hay. Otros van ocupando nuestro lugar en una renovación continua, casi sin enterarnos. A mi ya me debe quedar poco y por eso me da todo igual.
--- Soy C10, se que lo que cuentas es verdad y lucho con otros compañeros para que todo salga a la luz. Cuando todo el mundo sepa la verdad, los tiranos tendrán sus momentos contados.
Aunque los vecinos de mesa hablaban en un susurro, L1 y L2, picados por la curiosidad, habían conseguido enterarse casi por completo de la conversación. No podían dar crédito a lo que habían escuchado.
V5 se marchó y L1 se acercó a la mesa donde se había quedado solo aquel extraño personaje.
--- Perdona amigo. Mi compañero y yo estamos muy interesados en esa lucha de la que hablas.
--- Siéntate, y dile a tu compañero que se acerque.
L2 tomo asiento frente al desconocido sin ser consciente de que desde ese momento su vida y la de su compañero iban a cambiar. Y de qué manera.




Se habían reunido en los confines del mundo, allí donde casi nadie había llegado nunca. Pocos conocían la existencia de respiraderos abiertos al exterior, angostas ventanas del cosmos cuya función no alcanzaban a comprender aunque circulaban rumores sobre la importancia de su control.
La cueva, cerrada como una burbuja roja, junto al gran desfiladero que llegaba hasta las últimas fronteras, le pareció a la Organización perfecta para las reuniones secretas en las que se decidían las acciones más importantes del Ejercito Revolucionario. Era cierto que alguna vez al estremecerse el barranco, las cavernas colgantes adheridas a sus paredes habían explotado llevándose hacia lo desconocido a los reunidos; pero la seguridad era prioritaria y había que asumir ese riesgo.
--- Compañeros, hoy tenemos con nosotros a tres nuevos amigos dispuestos a incorporarse a nuestra lucha y dejarse la vida en el empeño. Han sido debidamente instruidos y saben que el paso que van a dar no tiene vuelta atrás. Son conscientes de que, cuando los que estamos aquí los abracemos, ya serán como nosotros y su vida no tendrá más sentido que inmolarse para derrocar a los tiranos. Por eso os pregunto ante todos: V5, L1, L2 ¿estáis dispuestos a entregar la vida a la Organización?
Los neófitos se miraron y, como si su respuesta fuera ya inevitable, y el si la única posible, clamaron en un grito:
---Sí, lo estamos.
Todos los presentes se acercaron lentamente hacia los tres entonando un canto monocorde, dejándose caer sobre ellos hasta enterrarlos entre cientos de miembros que pugnaban por tocarlos.
La sensación de claustrofobia les oprimió, pero apenas duró unos segundos: al momento todos fueron volviendo a su posición y quedaron situados en la misma formación circular que habían mantenido durante toda la ceremonia.
--- Ya sois parte del Ejercito Revolucionario. Enhorabuena. Ya no sois V5, L1y L2, sino C5, C1 y C2. Ahora disfrutad con vuestros compañeros. Luego os encomendaré vuestra primera misión.
Se sentaron en el suelo y compartieron dulces y te, cantaron y charlaron, impregnados de una felicidad desconocida para los demás mortales.
Entonces pudieron ver claramente las caras y cuerpos deformes de su correligionarios. Sus caras eran grandes y cuarteadas, como si hubieran ido expandiéndose a trozos. Pero la evidente fealdad de los demás no les incomodaba. Ellos tendrían que pasar por el mismo proceso.
--- Hola, compañeros. Soy C20 y procedo de la casta de los vigilantes.
--- ¿Es cierto lo de las ventanas y los otros mundos?
---Claro que sí. Yo estuve vigilando cerca de aquí y de vez en cuando una nave fusiforme horadaba la entrada y descargaba unos serecillos blancos que nosotros nos encargábamos de expulsar al exterior. Luego se retiraba como si hubiera logrado su objetivo y hasta la próxima.
L2 continuó con el interrogatorio
--- ¿Y hay más ventanas?
--- Si, claro. Un compañero me dijo que en la ventana en la que trabajaba ocurría algo parecido a lo que os he contado, aunque nunca recibían orden de los Coordinadores de expulsar a los agresores. Y otros que trabajaban en otras ventanas afirman que, sin que lo sepamos, constantemente entra desde fuera algo que no se ve.
C5 llamó a los nuevos soldados a una estancia apartada del núcleo principal, se sentaron tranquilamente y les informó sobre la misión del nuevo grupo de acción que habían pasado a integrar dentro de la Organización.
---La Dirección ha decidido que seáis vosotros los que llevéis a cabo una acción de la máxima importancia, quizá la más importante porque puede acabar con los tiranos, aunque también podéis morir vosotros y quizá todos los habitantes de nuestro mundo.
Nuestra división de inteligencia nos ha informado de que el día D a la hora H todos los Coordinadores se reunirán en el palacio rojo de la Ciudad de la Ciencia. Hasta conocemos el orden del día de la reunión: Quieren establecer un protocolo de comunicación con otros mundos; crear el lenguaje para contactar, diseñar los individuos que se encargaran de esa función y establecer las pautas de seguridad para mantener en secreto todo el proyecto.
Os hemos elegido porque habéis trabajado en las cañerías, acabéis de llegar a la Organización y no estáis fichados, y, por tanto, tenéis más posibilidades que nadie de llegar al palacio y destruirlo. Debéis procurar acabar con el mayor número posible de Coordinadores.
--- Estamos dispuestos a todo, C5.
Cuando se miraron buscando esa complicidad que da fuerza al grupo ante la adversidad, observaron las primeras líneas que dividían sus rostros y sus cuerpos.






Desde las alcantarillas llegaron hasta el Palacio por las cañerías que poco a poco se iban estrechando. La impresionante estancia hueca y retumbante, parecía hecha de telarañas de hielo de plastilina, esponjoso y deformable. Habían sorteado la vigilancia mimetizándose con las paredes y escuchaban inmóviles las intervenciones de los asistentes. Extrañamente los oían pero no parecían hacer ningún gesto que indicara que estaban hablando. Cuando uno de ellos se dirigía a otro se le encendía como una resistencia incandescente en la cabeza y una corriente de luz azul finísima, sin volumen, sin materia, lo enlazaba con su interlocutor que al contestar provocaba el mismo efecto. Aquello parecía una feria.
El Coordinador Jefe sentaba ahora las conclusiones de la reunión:
--- En los primeros contactos debemos trasmitir nuestros deseos de cooperación y ayuda. Es importante que se lo crean. Luego cuando hayamos conquistado los mundos exteriores será la ocasión de exigir nuestros derechos.
C1 pensó que no había que esperar más. No necesitaba saber más. Querían explotar los nuevos mundos como ya explotaban el suyo. Además en cualquier momento los descubrirían. Si ellos los podían oír dentro de aquella estancia, en cualquier momento podrían ser descubiertos.
Saltaron al unísono la barrera traslúcida del hemiciclo y a la carrera desgarraron las entrañas de aquellos seres dejando en su interior el germen de su destrucción.
Coordinadamente el Ejercito Revolucionario había atacado los centros neurálgicos del mundo y las revueltas populares habían colapsado las comunicaciones y los servicios.
El Big Ben era cuestión de segundos. Por fin cayó la tiranía y un mundo en el que no merecía la pena vivir.








--- No hemos podido hacer más. La metástasis ha sido generalizada y agresiva.
Aunque esperaban la noticia fatal, la mujer rompió en un llanto incontrolable al tiempo que se abrazaba a su marido o le pegaba puñetazos en el pecho. El trataba de calmarla rodeándole los hombros sin decir palabra. Dos lágrimas surcaban las hendiduras de su cara lentamente como si quisieran cristalizarse en ella.
---¿Porqué? Era tan joven, Dios mío.
---Enfermera, pase.
--- Aquí tienen a su nieta.
Cuando el hombre alzó a la criaturita en sus brazos, una mueca casi imperceptible, un esbozo de sonrisa, se abrió camino entre los rictus del dolor.
La mujer acalló sus sollozos al mirar a la pequeña.
--- Te llamarás Teresa, como tu madre.





--- De nuevo juntos, en otro barco, pero navegando. Creen los imbéciles que nos han destruido, pero no saben nada. Ni siquiera saben que en el conocimiento está el poder.